“Soy un pringlense que se convirtió en ingeniero y mochilero”
El pringlense Carlos González Petón, integrante del "Bloque Migra", repasa su historia, sus viajes por el mundo y el vínculo intacto con Coronel Pringles.

Con la calidez de quien vuelve a sus raíces después de haber recorrido el mundo, Carlos González Petón, se sentó a conversar sobre su vida y sus experiencias en el programa "Ecos del Jagüel", que se emite por F.M Transformación de "Multimedio Pringles" los lunes a las 19 hs. Ingeniero de formación, mochilero por elección y pringlense de corazón, su historia es la de alguien que partió desde el paraje "El Pensamiento" y, con esfuerzo y curiosidad, llegó a ocupar cargos internacionales en empresas de peso como Mitsubishi. A lo largo de dos décadas en Europa, principalmente en España e Inglaterra, su vida osciló entre la formalidad del traje ejecutivo y la libertad de la mochila en viajes por más de 80 países. En esta entrevista, Carlos comparte anécdotas, reflexiones y aprendizajes que lo mantienen unido a Coronel Pringles, el lugar donde, según dice, "aprendió lo básico de la vida".
Carlos, ¿Cómo te definís hoy después de tantos caminos recorridos?
Soy un pringlense, alguien que vivió su infancia en "El Pensamiento" hasta los 10 años. Me crié con la sencillez y la humildad que nos caracteriza en esta zona. Incluso participé en los inicios de FM Transformación como operador de radio. Después la vida me llevó a Bahía Blanca, donde estudié Física, y más tarde a Córdoba para hacer Ingeniería Mecánica Aeronáutica. Terminé haciendo un posgrado en Ingeniería Nuclear en el Instituto Balseiro. A partir de allí se abrió el mundo: viví en Nueva Zelanda, Japón, Inglaterra, Estados Unidos y, en los últimos 20 años, en España. Me gusta definirme como un campesino que se convirtió en mochilero"? y en ingeniero Y mochilero.
¿Actualmente tu lugar de residencia es Madrid?
Sí, hace 20 años que vivo en España, mayormente en Madrid. También pasé unos tres años en Londres y períodos más breves en Japón o en Estados Unidos por cuestiones laborales. Fueron proyectos puntuales. Pero el núcleo de mi vida está en España.
¿Desde chico ya soñabas con recorrer el mundo?
Siempre cuento una anécdota: de niño, una tía tenía un globo terráqueo en su casa y yo me obsesionaba con mirar qué había en el punto opuesto a Pringles. Creía que era Japón, aunque en realidad es China. Soñaba con volar de un lado al otro. Ese germen de viajar siempre estuvo. No sé si la idea era emigrar, pero sí recorrer muchos lugares. De hecho, mi salida a España fue casual: trabajaba en San Nicolás con una empresa japonesa, Mitsubishi, y ellos me propusieron ir. No lo había planeado, pero acepté.
Antes de eso habías tenido experiencias fuertes, como en Nueva Zelanda.
Sí, allí viví un tiempo largo y mi idea era radicarme. Pero me quedé sin dinero y volví a Argentina a vender una moto grande que tenía, con la idea de regresar. Al final no la vendí nunca y la vida me llevó por otro rumbo. España vino después, de la mano de esa oportunidad laboral.
¿Cómo fue adaptarte a España después de esas vivencias previas?
Las primeras experiencias en Nueva Zelanda y Japón fueron un choque cultural enorme. Japón me voló la cabeza. En cambio, España fue distinto: mismo idioma, costumbres similares, una sociedad bastante parecida. Excepto Uruguay, siempre digo que España es el país que más se parece a Argentina, incluso más que Chile o Bolivia. Entonces la adaptación fue rápida. Viajamos con mi señora, mi hija de dos años y medio y mi hijo de un mes y medio. Ellos prácticamente se criaron en la cultura española desde el inicio. Eso facilitó todo: la escuela, la guardería, los amigos. La integración llegó casi sola.

¿Costó tomar la decisión familiar de emigrar?
Mucho. Mi señora no quería irse: estábamos muy bien en San Nicolás, habíamos comprado una casa, teníamos proyectos. Para mí tampoco era un sueño ir a España, yo quería volver a Nueva Zelanda. Pero la oportunidad estaba y yo le dije a mi esposa: "Te aseguro que después no vas a querer volver". Y así fue. Hoy, si fuera por mí, quizás regresaría a Argentina. Pero ella está completamente arraigada allá y nuestros hijos también.
¿En estos 20 años pudieron mantener el vínculo con Pringles y Argentina?
Sí, bastante. Al principio veníamos casi todos los años. Después, por la pandemia y cuestiones personales, se espació un poco, pero en promedio es cada año y medio. Siempre tratamos de coincidir con el verano argentino, que es mucho más lindo para disfrutar con la familia. Las fiestas de fin de año en Argentina, son algo que no tiene comparación.
¿Cómo ves a la Argentina desde afuera?
Depende mucho del momento. Nuestro país es una montaña rusa permanente. Uno se informa con los medios, con la familia, con amigos, y gracias a la tecnología, es como estar al tanto todos los días. El contacto nunca se pierde, aunque obviamente la perspectiva cambia. Cuando estás lejos, valorás mucho más algunas cosas de acá.
En ese ida y vuelta, ¿qué sentís que conservás de tu identidad pringlense?
Todo. La humildad, la simpleza y la raíz de haber crecido acá. Aunque viva en Madrid, me gusta seguir diciendo que soy un pringlense que viajó mucho. Al final, por más que uno cruce océanos, siempre vuelve al lugar donde aprendió lo básico de la vida.
¿Qué mensaje le darías a un joven de Pringles que hoy sueña con irse y recorrer el mundo?
Le diría que no tenga miedo. Que viajar abre la cabeza de una manera impresionante. Que no siempre hay que irse con un plan perfecto, a veces la vida misma acomoda el camino. Y que nunca olvide sus raíces, porque el lugar de donde venís, es lo que te da la fortaleza para crecer afuera.

Carlos, comencemos por lo más cercano. ¿Qué rol jugaron tu familia y tus amigos en tu manera de ver el mundo?
Mis padres fueron los primeros en darme una base, mi hermana también, y después los amigos. Esa primera mirada es muy íntima, aunque no siempre sea bonita, porque a veces también hay conflictos o diferencias. Pero lo cercano te da un mapa inicial. Y luego, claro, aparecen las noticias, lo que llega desde afuera. A mí siempre me resultó curioso cómo un mismo hecho puede ser relatado distinto en España o en Inglaterra. Al haber vivido tres años allí, uno termina con un panorama que complementa la visión interna con una externa. Eso te da una idea de hacia dónde va un país, con expectativas, con esperanzas, con matices.
Viviste en Inglaterra entre 2019 y 2022. ¿Cómo fue esa experiencia?
Fue en el medio de mi estadía en España. Yo trabajaba en Inglaterra de lunes a viernes, y muchos fines de semana regresaba a España, porque mi familia estaba allá. La empresa me ofreció instalarme definitivamente, pero ya habíamos decidido que hasta España llegábamos. Lo interesante de Inglaterra, es que me quedó una visión muy clara de cómo se viven los problemas allí. Todos los países los tienen: en unos son religiosos, en otros migratorios, en otros de discriminación. En Reino Unido percibí una sociedad más distante, más fría, casi como una cuestión climática. Pero Londres, al ser una de las ciudades más cosmopolitas del mundo, suavizaba eso. Allí convivían hindúes, musulmanes, europeos de todas partes. Esa diversidad me hizo sentir que no estaba tan aislado.
¿Alguna vez te hicieron sentir "extranjero" de forma marcada?
Sí, claro. Con el acento enseguida te descubren. Mi inglés era medio "paturuzú", como digo yo. Incluso cuando viajé a Nueva Zelanda a perfeccionarlo, siempre se notaba que no era local. Y si sacabas un mate de la mochila, olvidate, ya estabas fichado. En mi caso tomo mate todos los días, porque mi señora, Viviana, es fanática, aunque no llegamos al nivel uruguayo de llevarlo a todos lados.
¿Notás paralelismos entre la vida en un pueblo inglés y la de Coronel Pringles?
Completamente. Muchas veces uno piensa en "culturas diferentes", pero dentro de un mismo país hay mundos distintos. Un londinense se parece más a un porteño o a un cordobés de ciudad que a alguien de un pueblo inglés. Y un pringlense, en cambio, puede sentirse más identificado con un habitante de un pequeño pueblo de Castilla y León. Yo mismo lo comprobé con un borrador de libro que escribí sobre Pringles: lo leyeron en España y me dijeron "ésto es igual que lo que vivimos nosotros en el pueblo".
Mencionás un libro, ¿está publicado?
No, quedó como un borrador, algo más que un diario personal. Lo compartí en PDF con amigos, pero nunca lo publiqué formalmente. Quizás algún día me arrepienta y quiera hacerlo. Por ahora es un proyecto íntimo, pero que refleja mucho de mi identidad y de mi origen pringlense.
Hablemos de tu faceta laboral. ¿Cómo llegaste a ser presidente de Mitsubishi en Europa?
Fue un proceso largo. Yo siempre amé el trabajo. Para mí es lo más digno que hay, y en mi caso siempre me gustó la física y la ingeniería. Mitsubishi me llevó a España como primer empleado en Europa, porque hasta entonces todas las operaciones se manejaban desde Japón. A partir de ahí desarrollamos una estructura en España, después en Reino Unido y finalmente en toda Europa. Terminé siendo CEO de Mitsubishi en el continente. Eso me permitió viajar a más de 80 países, desde Nigeria hasta Turkmenistán, desde Tanzania hasta Asia Central. No sólo era la parte técnica "?plantas de energía, proyectos de ingeniería"?, sino también el contacto con la gente. Esa fue la parte más enriquecedora.

¿Sentís que tus viajes de mochilero influyeron en tu forma de trabajar?
Totalmente. De adolescente hice ocho viajes de mochilero por Argentina, Brasil, Paraguay y Chile. A dedo, sin plan fijo. Llegué a estar 38 horas esperando en la ruta a que alguien me levantara. Eso me enseñó paciencia, humildad y empatía. Después, en mi vida laboral, esa predisposición a la incertidumbre, fue clave. Muchas veces un proyecto se planifica de una manera y termina yendo por otro lado. Saber fluir, como cuando viajás a dedo, es una herramienta valiosa.
¿Podés contarnos una anécdota de esa "doble vida" de ejecutivo y mochilero?
Sí, muchas. Por ejemplo, en Tanzania trabajaba lunes, martes y miércoles en reuniones con clientes, y jueves y viernes me escapaba al Serengeti con mi mochila, haciendo dedo. Tenía como un síndrome de doble personalidad: el ejecutivo de saco y corbata y el mochilero de zapatillas y mochila. Era volver a los orígenes, a la libertad de la ruta.
¿Cómo enfrentás los prejuicios culturales en tus viajes?
Para mí es fundamental cambiar las gafas. Si vas a Marruecos con las gafas de argentino, ves todo raro: olores, comidas, costumbres. En cambio, si tratás de ponerte las gafas del marroquí, descubrís un mundo fascinante. Yo siempre les digo a mis hijos: saquémonos los anteojos de argentinos y pongámonos los del lugar en el que estamos. Eso te permite aprender en lugar de imponer. Y cuando la gente nota que tu intención es genuina, se abre, te muestra sus tradiciones, su comida, sus historias.
¿Alguna vez caíste en tu propio prejuicio?
Sí, más de una vez. Recuerdo en España, visitando un parque nacional, me enojé porque no se podía pescar, ni prender fuego, ni bañarse. Y mi hijo me dijo: "Papá, ¿no será que te tenés que cambiar las gafas?". Ahí me di cuenta de que uno nunca deja de tener prejuicios, y que la clave es reconocerlos y adaptarse.
Mirando en retrospectiva, ¿qué te dejaron todos estos caminos, de Pringles al mundo?
Me dejaron la certeza de que somos todos iguales en la esencia. Que la vida de un agricultor en Castilla o de un pringlense, tiene más en común de lo que creemos. Que los problemas existen en todos lados, pero lo importante es cómo los enfrentamos. Y que viajar, ya sea de mochilero o como ejecutivo, es siempre una oportunidad de aprender.

