Priscila Lasarte es mamá de tres hijos y vecina de Coronel Pringles. En los últimos días, se hizo viral una historia que compartió en redes sociales, en la que relataba el sufrimiento que su hija venía atravesando como consecuencia del bullying que padecía en su ámbito escolar. Su testimonio generó empatía y abrió el debate sobre un tema que, aunque silenciado muchas veces, afecta a muchas familias de la comunidad. "Acabo de salir de una reunión con los directivos de mi hija y salí llorando", comenzó relatando Priscila. "Me inspiró a compartir esta situación porque mi hija, desde hace tiempo, viene sufriendo acoso escolar".
Según explicó, la historia que compartió en redes fue impulsada por una mezcla de emociones que la desbordaron al no encontrar respuestas claras. "Fue una mezcla de sensaciones. Sentí que ya era momento de compartirlo con la comunidad, porque sé que no somos los únicos", comentó. "Muchísimas personas se comunicaron conmigo después de leerlo".
La situación, según relató, fue sostenida en el tiempo, con episodios tanto dentro del aula como fuera del establecimiento. "Mi hija estaba sufriendo de acoso escolar desde hacía un largo tiempo. Lo veníamos trabajando de muchas formas, tratando de fortalecerla desde lo emocional y la autoestima".
Pero la violencia no se reducía al espacio físico de la escuela. También continuaba fuera de ella, en redes sociales y a través del celular. "El bullying no terminaba en las ocho horas de escuela, se volvía 24/7. Había mensajes, fotos, comentarios. Existen grupos de Instagram de escrache de niños y adolescentes. El celular es un arma", denunció.
A lo largo de los meses, Priscila intentó distintas estrategias. Asegura haber tenido varias reuniones con la institución, pero no logró cambios reales. "Siempre se buscó trabajar con los adolescentes, pero nunca se convocó a los padres", sostuvo. "Yo planteé que no me correspondía a mí como mamá contactar a cada familia, pero sí me parecía fundamental que la institución organizara una reunión con los padres de los chicos implicados. Nunca sucedió".
Frente a la falta de respuestas, la salud de su hija comenzó a deteriorarse. "Empezó a verse afectada emocionalmente y físicamente. Por momentos se angustiaba, otras veces no quería ir al colegio." Priscila recuerda que la intención inicial nunca fue retirarla, sino que se pudiera resolver la situación desde un enfoque empático y pedagógico. "Nunca quise que se alejara del problema, porque creo que también se trata de aprender a confrontar y resolver. Pero cuando vi que nada cambiaba, tuve que priorizar su salud emocional. No podía seguir exponiéndola a ese sufrimiento".
A pesar del desgaste, Priscila no quiere quedarse en la queja. Su objetivo ahora es generar conciencia y promover el diálogo. "Somos una comunidad pequeña, nos conocemos todos. Eso debería facilitar el trabajo en conjunto. ¿Por qué no sentarnos a pensar soluciones entre todos?"
También apuntó a una problemática mayor: La invisibilización del acoso escolar. "Cuando uno toma conciencia y decide quedarse en silencio, se vuelve cómplice", reflexionó. "Es necesario hablar, visibilizar y acompañar. Porque hoy es mi hija, pero mañana puede ser cualquier otro chico".
Consultada sobre si hubo agresiones físicas, fue clara: "No, no hubo golpes, pero sí muchas agresiones verbales, actitudes, comentarios hirientes, miradas, exclusión. Y eso también duele."
La violencia no provenía de un solo chico, sino que era algo extendido en el curso. "No eran dos o tres, era el grupo entero. Y eso duele aún más, porque es un rechazo colectivo".
Tras haber sacado a su hija de la institución, Priscila decidió seguir trabajando el tema desde otro lugar. "No quiero hacer mía la lucha, pero sí quiero que esta experiencia sirva para abrir los ojos. Recibí muchos mensajes de otras mamás y papás que atraviesan situaciones similares. No estamos solos".
Con firmeza y dolor, pero también con esperanza, concluyó: "Yo tuve que priorizar el bienestar de mi hija. Pero sigo creyendo que entre todos podemos construir una escuela y una comunidad más empática, donde ningún niño tenga que sentirse excluido o maltratado".
El bullying no es un problema menor, ni una etapa que "ya pasará". Es una herida emocional que puede dejar marcas para siempre si no se actúa a tiempo. La historia de Priscila y su hija es una oportunidad para reflexionar, para mirar al costado y preguntarnos: ¿estamos haciendo lo suficiente?